En tu día padre, te daría mil regalos hipócritamente. En medio del almuerzo familiar te los entregaría y tú, torpemente, los recibirías y sonreirías, yo no sabría que palabras “especiales” decir y pareceríamos dos extraños abrazándonos, tal vez, hasta lloraríamos. Pero eso nunca ocurrirá. Porque se me ha olvidado el madito regalo y tú te has levantado de la mesa apenas habíamos empezado a comer. Vaya celebración, muy típica de nuestra familia por cierto y muy reiterativa también: el día del padre, el de la madre el del niño y los cumpleaños por supuesto.
Aun recuerdo cuando de cabro trataba de no llorar en la sala de clases por culpa de estas malditas fechas, todos hablaban con sus padres y con los otros niños acerca de lo grandioso que eran sus padres, y abrían desmedidamente los ojos como si su cariño y admiración se les fuera salir junto con sus globos oculares, y mientras repartían el embeleco de turno yo me iba al fondo de la sala para no ver a todos los imbéciles felices que reían como desquiciados. Siempre me excusaba ante mis amigos, sonreía tontamente y miraba al piso para decir: mi mama esta muy ocupada como para venir a la escuela, sobretodo a esta hora; a papa no les gustan estas fechas, dice que son para puro gastar plata, yo pienso igual. Siempre decía lo mismo y heroicamente tragaba el nudo en mi garganta por la vergüenza. Mis amigos no lo notaban, no les importaba, estaban demasiado ocupados con sus papis comiendo torta y roscas con bebida. Esos días siempre me acostaba más temprano y lloraba mordiendo mi almohada para no hacer ruido, hasta que mi hermana se despertaba y me abrazaba acariciándome hasta que me dormía.
Luego de un par de años, gracias a dios dejo de importarme todo esto. Ahora solo veo pasar el tiempo como un viento que derrumba cada vez más nuestra corroída relación familiar. Usted y sus palabras sabias e inteligentes, hipócritas e hirientes, siempre nos quiso, pero nunca lo notamos; mi hermana no nos quiso nunca, decidió enamorarse de un hombre y casarse, y fue feliz por eso; mamá, ella si nos quiso a todos, y sin razón, y esa fue su condena; el cabro chico aun no se da cuenta de las cosas, para el odio y amor son la misma cosa. En esta casa es lo mismo.
Yo hace tiempo que me di cuenta de estas cosas, cuando mi indiferencia familiar creció tanto que me sobrepaso. Ahora no distingo el invierno del verano, todos los días me parecen iguales: opacos. Da lo mismo si el celebrado es usted o yo. El desenlace es igual: usted se levanta antes que nadie de la mesa, sin mas excusa que su grave expresión de siempre, y nos quedamos todos mirándonos las caras, comiendo pasteles y tortas dulcemente secas y ásperas o comidas exuberantes y complejas pero siempre con sabor a letrina.
Espero que al pasar el tiempo, padre mío, usted cambie, no por mi si no por usted mismo. Y que debajo de esa cáscara de ávido conocimiento halla algo más que un niño malcriado llorando por la vida.